miércoles, 24 de julio de 2013

Lagrimar

El silencio de la noche
te refleja, cristalina;
en las hojas de los árboles
caes pura y vespertina.
Gota húmeda y mortuoria, 
lapidaria y libertina…
¿Ahogaste a aquel cadáver
que se lleva la matina?

Arde un alba renaciente
donde nadie ya domina,
donde libre es el que vuela
tanto como el que camina.
Dulces mares sin corriente,
tersas rosas sin espinas
(el cadáver se sumerge
en bendita agua marina).

Diste vida a estas tierras,
y a toda tierra vecina:
fecundaste en las raíces
esa fuerza repentina.
Gota húmeda y mortuoria,
lapidaria y libertina,
¿Has ahogado al pensamiento
en tus brotes de asesina?

Algo flota inanimado,
el dolor se difumina
y se pierde para siempre
en huida clandestina.
Gota lúgubre y versátil,
arrojaste en una esquina
al cadáver que se escapa
del recuerdo y la retina.




Espantapájaros

Ruinas, 
abismos de cumbres silenciosas.
Y pobres de espíritu,
tantos pobres de espíritu
arrastrándote .
“Perdonalos,
agradecé que no sos vos,
agradecé y perdoná,
enseñales y retenelos
de la caída libre”
Comprender,
con templanza y sin descargo,
con piedad y sin reproche,
“podrías ser vos”,
errores humanos.
Y por esas cuestiones cósmicas
con algo de causa y con algo de azar,
en casi todas las ocasiones
me toca estar del lado del puje,
del lado de la entrega,
del altruismo y del sacrificio.
Y a veces cansa,
“errar es humano”,
cansarse también.
Brindarse,
dejándose de lado.
Curarse solo la herida,
porque los demás no pueden con las suyas.
Sostener mochilas
llenas de mambo ajeno
ser perchero, cómplice y mesías
para avivar giles,
para alimentar buitres,
para sacudir amebas,
para reanimar mosquitas.
“ser el espantapájaros para que otros echen vuelo”.

Y a veces, la paja se prende fuego.