sábado, 17 de marzo de 2018

¿Y usted, por qué escribe, es decir, por qué insiste en hacerlo en una época en la que ya casi nadie lee?
La pregunta es simple, mas no así, tanto como su respuesta:
Le diré el porqué, y trataré de ser breve.
Escribo para no explotar,
para masticar el espanto y encontrarle algún sabor,
para sublimar la rebeldía psicótica que de otro modo me consumiría.
Escribo, estimado lector,
para encontrar un atisbo de luz en las palabras,
esa luz que no encuentro
en este mundo en penumbras, en el que ciertamente no encajo.
Escribo para salvar del encierro al subconsciente,
para abrirle la jaula a las ideas silenciadas.
Escribo, porque de otro modo
no podría expresar mi ser como un todo,
siendo más que la suma de las partes.
Escribo para simplificar en pocas líneas
la complejidad de la existencia,
siendo consciente de todo lo que florece en ella,
Y de todo lo que en ella se marchita y se agota.
Escribo porque me nace involuntariamente,
Como si todo mi cuerpo y mi mente
corrieran instintiva y visceralmente hacia ello, evitando, en un intento desesperado, ahogarse o morir.
Escribo por el mismo motivo por el cual el águila vuela y el león depreda:
está en mi naturaleza y es parte de mi supervivencia.
Escribo con la inocente esperanza de que la prosa sobreviva incluso cuando yo no lo haya hecho.

Permítame, ahora, darle un consejo:
el horror, la frustración
la ira,
los mares de lágrimas
y las malas decisiones,
la impotencia,
la catástrofe:
transfórmelo todo en poesía
porque a través de ella,
el caos se armoniza,
se pinta, se canta;
se reinterpreta desde el placer estético
y se vuelve bello,
aun naciendo de lo imperfecto.