miércoles, 25 de julio de 2018

¿Qué somos atrás de toda la parafernalia?
Cuando estamos desnudos, desprevenidos, solos.
¿Quiénes somos cuando nos despojamos
de todo lo que la mirada de otro
exige o espera?
Cuando conectamos con lo que escondemos,
por vergüenza o por miedo.
¿Qué hay allí,
bien en lo profundo,
donde nadie puede ver?
Todo lo demás es disfraz, es máscara,
es cáscara ornamental.
Todos nos escondemos debajo de algo.
Todos nos refugiamos en alguna anécdota alegre o exitosa, en alguna sonrisa forzada, en algún relato de autosuperación, en alguna mentira, por piadosa (o no) que sea.
Todos endulzamos la vista y los oídos de otros, con delicadas pantomimas.
Sólo nos conoce quien ha logrado quebrar esa cáscara, desgarrar la fachada.
Quien ha llegado a lo más turbio y a lo más frágil.
Y siempre hay alguien que alcanza el corazón del volcán.
Sólo pocos se quedan tras haberlo visto todo: los secretos, los temores, las miserias, el pensamiento en crudo.
Y pasamos tanto tiempo armando la coraza,
decorándola,
desarrollándola,
que olvidamos que todo aquello no es real, a veces, no del todo una mentira, aun así, una reproducción de la realidad en escala idealizada. Y esa ficción entorpece la perdurabilidad y la autenticidad de los vínculos.
¿A quiénes buscamos convencer a través del ilusorio autorretrato? ¿A quiénes queremos agradar a través del efímero engaño? 
¿Al otro que es todos, a las masas, a quien nos atrae físicamente, a quien no conocemos demasiado, pero admiramos? Por otra parte, ¿Qué es lo que pretendemos recibir del resto: la falsa admiración o el genuino amor?
Si a fin de cuentas,
sólo a quienes nos abrazan los defectos,
a quienes nos corrigen constructivamente y sin juzgarnos, o nos aceptan sin querer cambiarnos,
sólo a esos, podemos llamar hermanos.

viernes, 27 de abril de 2018

La sociedad se rige por un modelo que está estratégicamente pensado para corrompernos y/o idiotizarnos. Nos generan falsas necesidades, falsos valores. Ya nos enseñan a competir desde la pirámide educacional, asociando nuestras capacidades cognitivas a un número. Los medios y las grandes empresas marketineras nos infectan la cabeza con modas, con tendencias, con arquetipos estéticos, con promociones y novedades,  todo parte de una gran maquinaria consumista que educa para buscar la felicidad por los caminos equivocados, generándonos insatisfacción la mayoría del tiempo, porque la ambición nunca se colma. Todo el tiempo se nos sugiere que un billete vale más que una virtud. Y sin el billete no somos nadie, no tenemos acceso a casi nada.
Los medios de comunicación recortan la información en base a intereses económicos, tergiversando y manipulando la realidad la mayoría de las veces. Las noticias están llenas de carga subjetiva. Y como la educación sigue siendo en gran parte conductista (nos enseñan más a repetir que a pensar), la mayoría habla sin razonar y sin autoevaluar las piezas en la reconstrucción de una idea.
Se nos prepara para que creamos que pisar cabezas es la única forma de avanzar (volvemos a ser números antes que personas, necesitamos ascender en la escala).
Valemos más o menos de acuerdo con nuestra "popularidad". Se nos regocija el culo, por ejemplo, contabilizando la cantidad de "likes" que acumulamos en las redes sociales, el gran opio contemporáneo del pueblo (como si nuestro valor dependiera de los clicks que hacen otros desde algún dispositivo tecnológico, en la mayoría de los casos gente con la que no tenemos otro tipo de contacto más que el virtual. Sentirse "seguido" ayuda a esa falsa sensación de ser querido, de ser alguien para muchos, porque se mide cantidad antes que calidad).
Los políticos son parte de una gran mafia y todos nos robaron y nos van a robar: ellos también nos ven como un número. Un político honesto nunca llegará al poder. Y si lo hiciera, todo el clan de gobernantes de turno (diputados, senadores, delegados, intendentes) debería ser honesto también. Teniendo servida la plata de todo un pueblo, ¿Cuántos resisten la tentación? Si en esta sociedad el bien común está desvalorizado y, una vez más, el pensamiento es "sálvese quien pueda"... Una sola manzana podrida lo hecha todo a perder. Algunos nos tiran unas pocas migajas, otros nos las quitan. Pero básicamente todo el que está arriba pone nuestros derechos y necesidades muy por debajo de sus intereses.
Nos venden una falsa democracia, nos hacen creer que somos quienes están al mando. Y elegimos al "comediante de su propio ideal", como diría Nietzsche, votamos un oleaje de mentiras, de promesas que no se cumplen. 1984 de Orwell no está tan lejos, somos suceptibles a la manipulación. Pero no, queremos confiar, apostar, agitar banderas.
Venimos arrastrando generaciones educadas desde enfoques incorrectos, dominados por monopolios políticos y económicos, que nos venden humo que siempre compramos, porque venimos moldeados desde la crianza para eso.
No sé si se podrá vivir fuera del capitalismo, si la educación cambiará sustancialmente sus modelos pedagógicos, si una sociedad podría sostenerse en anarquía. Todos estamos en mayor o menor medida inmersos en el sistema, incluso quienes vemos sus falencias.
Pero podemos intentar mejorar dichas falencias desde uno mismo, cada uno de nosotros.
No busquemos la felicidad en cosas.
No juzguemos por apariencias ni estatus.
No nos volvamos máquinas insensibles y competitivas, no hagamos del mundo un mercado.
Despertemos de esta gran mentira, porque algún día va a comernos.

domingo, 15 de abril de 2018


Toda mi vida no fui más
que un jodido entramado
de complejos y miedos.
 
Una niña solitaria, tímida,
retraída y melancólica.
Llena de sueños e ideas,
pero incapaz de hacer
lo que todo niño por inercia :
agruparse espontáneamente y jugar.

Muchos años de mi infancia
me pasé los recreos escolares
parada en un rincón,
observando al resto
como un perro asustado,
observando admirada en ellos
la soltura de la vida,
la risueña y lúdica
interacción social.

Cuando crecí,
desaté, en parte, esos nudos
de mis estadios tempranos
(justo lo suficiente como para simular
un grado aceptable de inteligencia interpersonal)
pero en el fondo de mi alma,
nunca pude soltar
a esa niña rota.

Y debo reconocerlo,
casi todas mis relaciones adultas
se desarrollan con un alto grado
de torpeza, inconstancia y desapego.

A veces temo seguir creciendo
y que, al envejecer,
junto con esa niña,
se prefigure entre mis recuerdos
otra silueta de mí misma:
una mujer llena de cicatrices
y de incertidumbre existencial
reclamando(me)
por el tiempo perdido,
por todo lo no hecho,
por todo lo hecho incorrectamente.

Y a medida que sigue corriendo
el inexorable reloj biológico,
siento que voy perdiendo
tiempo finito y sagrado,
que no volverá nunca
para corregirme o encausarme.

¿Qué me diré a mí misma,
cronológicamente perdida,
cuando ese tic tac amenazante
me apuñale con sus manecillas?

Me asusta imaginarme a futuro,
buscándome entonces en los ojos de mi pasado,
cuando todo lo que veré dentro,
lo sé,
será vertiginosa deriva.

Y entonces, aparece
una sola imagen posible
de todas nosotras:
la niña rota,
la mujer contrariada
y la anciana agónica
tomadas de la mano,
reconociéndonos las heridas,
en una anagnórisis intrapersonal.

Unidas, con las roturas
cosidas por la historia,
caminando sincrónicamente hacia el abismo,
para ponerle fin a todo eso
que en la delgada línea temporal
con punzantes sutilezas
nos habrá desgastado.

sábado, 17 de marzo de 2018

¿Y usted, por qué escribe, es decir, por qué insiste en hacerlo en una época en la que ya casi nadie lee?
La pregunta es simple, mas no así, tanto como su respuesta:
Le diré el porqué, y trataré de ser breve.
Escribo para no explotar,
para masticar el espanto y encontrarle algún sabor,
para sublimar la rebeldía psicótica que de otro modo me consumiría.
Escribo, estimado lector,
para encontrar un atisbo de luz en las palabras,
esa luz que no encuentro
en este mundo en penumbras, en el que ciertamente no encajo.
Escribo para salvar del encierro al subconsciente,
para abrirle la jaula a las ideas silenciadas.
Escribo, porque de otro modo
no podría expresar mi ser como un todo,
siendo más que la suma de las partes.
Escribo para simplificar en pocas líneas
la complejidad de la existencia,
siendo consciente de todo lo que florece en ella,
Y de todo lo que en ella se marchita y se agota.
Escribo porque me nace involuntariamente,
Como si todo mi cuerpo y mi mente
corrieran instintiva y visceralmente hacia ello, evitando, en un intento desesperado, ahogarse o morir.
Escribo por el mismo motivo por el cual el águila vuela y el león depreda:
está en mi naturaleza y es parte de mi supervivencia.
Escribo con la inocente esperanza de que la prosa sobreviva incluso cuando yo no lo haya hecho.

Permítame, ahora, darle un consejo:
el horror, la frustración
la ira,
los mares de lágrimas
y las malas decisiones,
la impotencia,
la catástrofe:
transfórmelo todo en poesía
porque a través de ella,
el caos se armoniza,
se pinta, se canta;
se reinterpreta desde el placer estético
y se vuelve bello,
aun naciendo de lo imperfecto.