martes, 26 de noviembre de 2019

Cuántas veces nos autosilenciamos
para que el volcán no erupcione,
para que el huracán no arrase,
para que la inundación no ahogue.
Implosión altruista, compasiva, conciliadora.
Y así,
nos volvemos desastres antinaturales.
Porque la naturaleza es explotar,
devastar, dejar salir la ira y la fuerza.
Ergo, cuanto más nos guardamos,
más nos destruimos por dentro.
Nos sacrificamos, sí, para evitar la destrucción de todo lo que nos rodea.
Pero tal gesto de amor al entorno,
cuando se vuelve regla unilateral,
implica la erosión del ser.
A veces es mejor el silencio que la aniquilación del otro, ciertamente.
Pero guardarse todo, siempre, con todos, es un acto casi suicida.
Autosilenciarnos es autodestruirnos.