domingo, 18 de marzo de 2012

La fórmula para ser feliz


La fórmula para ser feliz reside en dos “no”: El primero, no sentir culpa por las expectativas que no hemos colmado en los demás; el segundo, no hacer reclamos por las expectativas propias que otros no han alcanzado. Esta fórmula requiere comprender que nunca nadie estará a la altura del ideal ajeno, haga lo que haga. Tampoco así el resto alcanzará jamás el plano requerido por nuestro propio ideal. Debemos quedarnos con lo tangible: crudo e imperfecto, desprolijo y pasional, espontáneo, impulsivo, nacido de los sentimientos tantas veces más que de la razón. Eso es lo único que hay: humanos que algunas veces aciertan y otras se confunden. Nosotros, ellos, todos: humanos con algo de virtuosos y con algo de torpes.
La dificultad para ser feliz reside en esa misma cuota de “humanidad”, que es la que nos impide razonar esa felicidad como una fórmula objetiva:  juzgamos todo con la vara parcial de los sentimientos subjetivos, señalamos con el dedo a aquel que ha herido a éstos en sus variadas formas, sin reparar en que nosotros también fuimos, somos y seremos señalados.  Sí, algunas veces – consideraremos-  injustamente. Pero siempre juzgaremos esa “injusticia” desde nuestra subjetividad. Subjetividad que, en otros, llamará “juicio justo” a aquel por nosotros rechazado.
En cuanto a mi vara subjetiva respecta, considero  que en la balanza abstracta del recorrido existencial, quise tanto como me quisieron y lastimé tantas veces como me lastimaron. A veces di más de lo que recibí, y otras di en detrimento de lo recibido. Tuve actitudes correctas y fui educada y amable en ciertas oportunidades, pero también busqué las llagas más purulentas en quienes encontraron y tocaron las mías.
 En resumen: fui mártir y fui verdugo, o al menos, un atisbo de ambos. Y todos somos, alternando y a veces en simultáneo, mártir de alguno y verdugo de algún otro (o, por qué no, del mismo). Tener el espíritu de sensatez y autocrítica como para reconocerlo, es un pequeño acto de grandeza que requiere un grado de introspección elevado, y la conciencia de que nadie es santo, y de que la palabra “nadie”, también incluye a uno mismo.

viernes, 27 de enero de 2012

Acerca del arte

El arte es el amigo servicial y predispuesto
que junta, de tanto en tanto, esos pedacitos de alma
que, esparcidos por el suelo, desangrados y sin calma
gritan esperando que alguna reina piadosa,
en gesto maternal y en  misericordia hermosa,
les muestre una sonrisa y les tienda una mano
y sin embargo es el Arte ese fiel hermano
que salva el pellejo de cada trocito
(especie de hermano virtuoso y bendito
que hace que la muerte no sea en vano).

El alma envuelta en sus brazos bonitos,
se sabe ya cómplice de un mundo infinito:
aquel que le será en ley otorgado
cuando haya ingeniosamente jugado
al hermoso juego de universos crear.
Entonces con prisa se saldrá del cuerpo
y se plasmará en un papel, un acorde o un lienzo.
Y en las memorias que desde allí impregne,
se volverá eterna, vencedora e inmortal.

Mientras él esté cerca,
mi espíritu encontrará resguardo.
Única compañía que guardo
sin dolores ni rencores;
entre todos los amores,
¡el más puro y elevado!

Es el arte el buen legado
que dejaremos en esta tierra,
es la llave que abre puertas
en un mundo que han cerrado,
el tesoro más valioso,
-tan sublime y angelado-
que ni la peste, ni la guerra
habrán corroído o enterrado.