martes, 26 de noviembre de 2019

Cuántas veces nos autosilenciamos
para que el volcán no erupcione,
para que el huracán no arrase,
para que la inundación no ahogue.
Implosión altruista, compasiva, conciliadora.
Y así,
nos volvemos desastres antinaturales.
Porque la naturaleza es explotar,
devastar, dejar salir la ira y la fuerza.
Ergo, cuanto más nos guardamos,
más nos destruimos por dentro.
Nos sacrificamos, sí, para evitar la destrucción de todo lo que nos rodea.
Pero tal gesto de amor al entorno,
cuando se vuelve regla unilateral,
implica la erosión del ser.
A veces es mejor el silencio que la aniquilación del otro, ciertamente.
Pero guardarse todo, siempre, con todos, es un acto casi suicida.
Autosilenciarnos es autodestruirnos.

sábado, 25 de mayo de 2019

La profundidad es un tesoro con el que es muy difícil toparse en estos tiempos. Los seres humanos evolucionamos a una nueva versión beta, bajo la ecuación ergonómica menor densidad/mayor contenido (involutivo, dicen las letras pequeñas); estamos compuestos en nuestra gran mayoría por mierda, odio y estupidez atómica. Muy por debajo, escondida, quedó la profundidad. Saluda desde el fondo, con timidez de asomarse, con fobia social. Un poco abofeteada e inerme. Acostumbrada a invisibilizarse con los superpoderes que le proveyó la civilización moderna, con la magia de su inmediatez. Así es, contenido liviano, de tránsito rápido. Flotando en la superficie como un cadáver camuflado, como heces con ornamentos de diseñador. Disculpe el atrevimiento de la pregunta, pero, ¿Y la profundidad? Bien, gracias, allí a lo lejos, donde casi todos la ponen(mos). Debajo de los ladridos pro bando, de los argumentos falaces, de las toneladas de technology upgrades & social networks, de las conversaciones monotemáticas revestidas de frases cliché, de las poses cool. ¡Venga! Que si somos apuestos y estamos al grito de la moda, o si somos estética y mentalmente insulsos pero estamos atentos a copiar frases y posturas de los engranajes top-ranked en el sistema, no necesitamos descender a lo profundo, ¿verdad? Es decir, ¿para qué? Es un tanto aburrido el pensamiento abstracto y elevado, un tanto complejo y peligroso abrirse el camino bajo el telar de lo masivamente entretejido, ¿cierto? ¡Si el tramado socialmente impuesto se ve tan bonito! Es más fácil atacar como simio rabioso que escuchar, hablar del culo de la vecina que de ideas, imitar que crear, tapar el cerebro con idioteces que dialogar sensatamente con uno mismo y con el universo. ¡Hay tanto con lo que entretenerse en estas épocas! ¿Quién quiere razonar tanto? ¿Quién quiere alzar su voz si no es dentro de un hashtag?
Keep calm and drop deep thoughts far away. Nos hemos vuelto un compilado de emojis, insulsos como los filtros que ponemos a las fotos. Y nuestros sentimientos se han tornado descartables, como todo lo que no es fotografiable.

miércoles, 6 de febrero de 2019

En esos minutos previos a cualquier catástrofe, uno es feliz y no lo sabe.
La ignorancia es, en este caso, lo que genera el injustificado y desmesurado descontento. Ignorar la felicidad, que nos grita a diario en la cara; buscarla inagotablemente por los lugares más recónditos, cuando la tenemos frente a nuestras narices.
Deberíamos sonreír más porque estamos vivos. Ser más agradecidos. Lo entendemos todo, precisamente, cuando lo perdemos todo: ¿Y cuando lo tenemos allí? ¿Por qué no lo abrazamos?
El niño que llora por su juguete roto justo antes de ver morir a su madre. La niña que se avergüenza de su hogar humilde justo antes de oír la detonación que arrasa con su casa y con su cuerpecito aún no desarrollado. La mujer que llora por amor, justo antes de que su corazón se rompa biológicamente. El anciano que rechaza sus manos agrietadas, justo antes de dar su última caricia. No estamos poniendo atención. No estamos cosechando con alegría el fruto del día, sino encolerizándonos por las pérdidas insignificantes. Debemos empezar a resignificar la relevancia de las cosas.  Porque mientras seguimos distraídos, los momentos pasan, y no se detienen a esperar a que decidamos, eventualmente, despertarnos.
Rechazamos la vejez, cuando una vida bien vivida la transforma en una etapa de sabiduría. Llegar a viejo es en sí estar bendito, es haber sobrevivido al recorrido.
Anhelamos una vida eufórica, y asociamos la falta de momentos emocionantes con frustración. La ausencia de situaciones desmesuradamente intensas es presencia de calma, ¿y no es, acaso, la calma algo precioso? No confundamos sosiego con aburrimiento. Ni soledad con abismo. La soledad también es una posibilidad de encuentro con uno mismo.  Buscamos llenarnos de ruido, de gente, de objetos. Y aun en la constante búsqueda y obtención de todas estas cosas, seguimos sintiéndonos vacíos.

¿Qué nos falta? Y una vez finalizada la extensa lista que seguramente surge ante dicha pregunta, repreguntémonos: ¿Realmente nos hace falta?, ¿Lo necesitamos esencialmente? ¿O creamos en nuestra propia mente esa falsa sensación de incompletitud?
Por otro lado, ¿gastamos el mismo tiempo y energía en visualizar y disfrutar de nuestros logros, nuestras virtudes, nuestros desafíos superados, nuestros aprendizajes hechos, nuestros afectos presentes, nuestros placeres sencillos, nuestros lapsos de paz? 
Empezar a vivir, empezar a soltar. Empezar a fluir desde adentro hacia afuera. Empezar a despertar.