sábado, 27 de junio de 2009

Pensamientos distópicos


Los engranajes finalmente han encontrado un lugar donde encajar, lo han hallado en el sistema.Han abrazado su devenir y entonces el Monstruo cobró vida. Se han abierto los ojos hambrientos del Emperador, se han encendido las luces de su imperio, se ha eliminado la resistencia, se ha descifrado el enigma: la sociedad no había sido hasta entonces y a lo largo de la historia más que una combinación numérica de unos y ceros, donde los ceros, por carecer de valor alguno, han sido eliminados. Uno a uno, todos los ceros en el esquema numérico de valores sociales han desaparecido: la duda, la búsqueda, la diversidad ideológica, la rebelión. Hete aquí la verdadera imagen del cero: una serpiente mordiendo su cola. El fin de la eternidad, la eternidad del fin, el veneno social adormeciendo perpetuamente a sus productores. Pensamiento es veneno social. Corroe la tranquilidad del pueblo. Lo mismo la lucha por la justicia, ya que ninguna lucha es justa y esto la vuelve una contradicción: la lucha es claramente un cero, se anula a sí misma.El Monstruo propone como la única y sustancial salida hacia la paz interior la suspensión del pensamiento: la aspiración a la taradaxia. El vaciado de ideas. La mente limpia, que no se ocasiona desgaste neurológico, que acata órdenes y trabaja desde dentro. Sólo una mente que se mantiene ocupada en ser funcional y útil dentro de un esquema prediseñado es considerada un “uno”, sólo aquel ser que tiene una imagen mental de sí mismo como un dispositivo que pone en marcha a su hiperónimo, la maquinaria productora de felicidad: dinero, títulos, prestigios, roles, status, puestos, premios, honorarios, becas, trayectorias, reconocimiento, sueldos y demás delicias insubstanciales, pero fructuosas. Los ceros son vernáculos de manicomio. Sus cabezas funcionan de manera incomprensible y absurda. Sus preocupaciones son inconsistentes y carentes de objetivos concretables. Quieren comprender el significado del mundo, comprobar la existencia (o no) de algún dios, elaborar hipótesis sobre todo lo que ocurre, juzgar el bien y el mal. Como si todo ello sirviese de algo en una sociedad biológicamente limitada. Estudiar información recortada al servicio de los oficios, trabajar, comer, defecar, intercambiar fluidos corporales, reproducirse y dormir ocupa ya demasiado tiempo como para mantenerlos entretenidos a todos. Quien no tiene suficiente con esto, es un demente, es nada. Y si bien los “unos” pueden adaptarse perfectamente a la soledad -porque los solitarios han tendido al pensamiento (y por ende a la tristeza y a la crisis interior y con el mundo) sólo cuando existía aquel concepto hoy desconocido y erradicado de las memorias-, alguna pequeña reunión social si sobra algún momento para el ocio tampoco está mal. Es bueno mantener a los engranajes funcionales, darles un poco de interacción con otros engranajes de tanto en tanto, para que puedan conversar acerca de sus labores, de sus aspiraciones profesionales, de sus programas de televisión favoritos, de los productos que consumen y los servicios que han tomado en la semana. Estas pequeñas interacciones los hacen sentirse queridos y admirados o envidiados por sus pares, y eso les da una sensación de bienestar. Los engranajes, los “unos”, se necesitan el uno al otro, pero sólo para hacer funcionar en forma conjunta la monótona maquinaria.

1 comentario:

  1. "... Y entonces cuando el contexto deja de contextualizarte y empieza a arrugarte las ganas de sonreir, es cuando comienzas a ver los puntos débiles de ese maldito contexto. Lo seguimos o empezamos a descontextualizarnos de a poco o arremetidamente, otra no veo porque empecé a ver que hay cosas que se meten con la libertad mental, al menos la mía y varias otras que conozco, y no importa nada. No importa nada si ese contexto piensa que tan sólo soy un número, pues no, un número no va a estar adelante y atrás de otra cifra, menor o mayor. Un número se queda estático en su valor, en su identidad dada. Los números no viven. Y yo, me muevo..." Y ser un cero no afecta por no anhelar a un uno como nombre. Diganme cero, diganme uno... Es más complicado, yo elijo un yo. A ver, ¿cómo pueden contar o definir un verdadero yo? Yo no puedo, pero elijo yo ser mí yo. Y por suerte, los monstruos que daban terror en la infancia, no existen. Es triste esta historia, es genial como la contás, pero triste por verse totalmente inmersa en la realidad. La verdad es una utopía y todos la nombramos día a día, creyéndola tan verdadera como su palabra lo dice: "verdad". Entonces, manejando ese principio, es absurdo que yo crea en utopías? Menos mal que no me importa algún tipo de crítica, sería absurdo criticar un absurdo :)

    Es bueno encontrarse con libres pensadores, personas libres en verdad.

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