viernes, 18 de octubre de 2013

La bestia latente

Hay un paisaje meridional
en las vértebras del hombre-bestia.
Y pasando la espina dorsal,
un manantial de agua fresca
moja su moralidad 
y humedece su conciencia.

Desnudo de su pensar, 
en libertad se manifiesta.
Libre de todo mal,
junto al arroyo se recuesta.
Duerme su alma dual,
duerme y sueña que secuestra,
en un rapto animal,
esa humanidad funesta.

Siente la voracidad
que le urge en respuesta
del instinto ancestral,
un impulso vital
que lo lleva, por inercia,
sin dudar y sin pensar,
a aferrarse a la existencia.

Latidos y frecuencia,
latidos y frecuencia…


Impronta interna, eterna
de supervivencia.
Pone toda resistencia
y procura no morir,
depreda para vivir,
y aun no pierde la inocencia.

No se inmuta por dolencias
culturalmente impuestas.
Los dilemas no lo espantan,
ni las pestilencias.

Anda sin buscar motivos,
sin cargarse la imprudencia
de sufrir la soledad,
de llorar alguna ausencia:

el mundo lo acompaña,
pues el mundo es su presencia,
goza de la omnipotencia
de sentirse un todo y de ser libre
en la selva de su esencia,
donde nada es racional,
donde un orden natural
albergó a las apetencias.

Latidos y frecuencia,
latidos y frecuencia…
latidos y frecuencia…

 
y eventualmente, se silencia.

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