miércoles, 6 de febrero de 2019

En esos minutos previos a cualquier catástrofe, uno es feliz y no lo sabe.
La ignorancia es, en este caso, lo que genera el injustificado y desmesurado descontento. Ignorar la felicidad, que nos grita a diario en la cara; buscarla inagotablemente por los lugares más recónditos, cuando la tenemos frente a nuestras narices.
Deberíamos sonreír más porque estamos vivos. Ser más agradecidos. Lo entendemos todo, precisamente, cuando lo perdemos todo: ¿Y cuando lo tenemos allí? ¿Por qué no lo abrazamos?
El niño que llora por su juguete roto justo antes de ver morir a su madre. La niña que se avergüenza de su hogar humilde justo antes de oír la detonación que arrasa con su casa y con su cuerpecito aún no desarrollado. La mujer que llora por amor, justo antes de que su corazón se rompa biológicamente. El anciano que rechaza sus manos agrietadas, justo antes de dar su última caricia. No estamos poniendo atención. No estamos cosechando con alegría el fruto del día, sino encolerizándonos por las pérdidas insignificantes. Debemos empezar a resignificar la relevancia de las cosas.  Porque mientras seguimos distraídos, los momentos pasan, y no se detienen a esperar a que decidamos, eventualmente, despertarnos.
Rechazamos la vejez, cuando una vida bien vivida la transforma en una etapa de sabiduría. Llegar a viejo es en sí estar bendito, es haber sobrevivido al recorrido.
Anhelamos una vida eufórica, y asociamos la falta de momentos emocionantes con frustración. La ausencia de situaciones desmesuradamente intensas es presencia de calma, ¿y no es, acaso, la calma algo precioso? No confundamos sosiego con aburrimiento. Ni soledad con abismo. La soledad también es una posibilidad de encuentro con uno mismo.  Buscamos llenarnos de ruido, de gente, de objetos. Y aun en la constante búsqueda y obtención de todas estas cosas, seguimos sintiéndonos vacíos.

¿Qué nos falta? Y una vez finalizada la extensa lista que seguramente surge ante dicha pregunta, repreguntémonos: ¿Realmente nos hace falta?, ¿Lo necesitamos esencialmente? ¿O creamos en nuestra propia mente esa falsa sensación de incompletitud?
Por otro lado, ¿gastamos el mismo tiempo y energía en visualizar y disfrutar de nuestros logros, nuestras virtudes, nuestros desafíos superados, nuestros aprendizajes hechos, nuestros afectos presentes, nuestros placeres sencillos, nuestros lapsos de paz? 
Empezar a vivir, empezar a soltar. Empezar a fluir desde adentro hacia afuera. Empezar a despertar.

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