lunes, 25 de enero de 2010




Pequeños instrumentos
creados para medir
la cualidad de perecedero en el hombre.
La tortura que le recuerda que nada es eterno,
la vida escurriéndose entre sus manecillas.
Fragmentación de la existencia en doce partes
reiterativas e invariables.
Tic tacs análogos
que se escuchan una y otra vez
y en cada uno de ellos
un momento que jamás volverá a repetirse.
Materialización de lo que sólo era visible
en los estragos físicos en los mortales,
como si ello no hubiera sido suficiente
para sabernos finitos.
Corre e intentamos ir más rápido que él.
En ocasiones, deseamos detenerlo,
para tomar algo de ventaja.
Pero ni aún con detenerlos todos
podríamos remediar aquellos estragos.
Aquellos relojes corpóreos
que emplean grietas en el rostro
a modo de números
Y pulsaciones de manecillas irregulares,
son instrumentos biológicos ineludibles
y funcionales acaso
desde el origen de la existencia.
Nacemos con ellos
reímos, sentimos, lloramos.
Vivimos las horas justas y necesarias.
Y entonces, completamos la vuelta.
Una vez allí,
ni una más,
ni una menos.
Hay quienes piensan
que en el fondo
somos almas eternas,
pero en realidad
somos sólo cuerpos
con una carga horaria
rigurosa a respetar.

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