domingo, 24 de enero de 2010

Somos las pinceladas de un neurótico que experimenta en sus lienzos, en movimientos bruscos y torpes nos dibuja, y acabamos siendo el intento de una obra maestra que nunca pudo ser y jamás verá la luz en una galería de arte.
Una idea que intentó cobrar vida pero jamás fue terminada, un proyecto abandonado a mitad de camino, el trabajo de un pintor que murió pobre y en el anonimato antes de concluir su pintura cumbre.
Un pedazo de tela destinado a los hongos de la humedad de un cuarto oscuro y vacío, colores de acuarela que empalidecen con el pasar del tiempo, y unos trazos que se desdibujan, que se pierden en la nada.
Y así, lo que alguna vez intentó ser una imagen resplandeciente y llena de vida, acaba siendo una figura difusa de la cual sólo se distingue un débil contorno carente de gracia.
Somos el fruto inmaduro, la pieza incompleta, el éxito inalcanzado.
Y es triste que alguien haya puesto entusiasmo, creatividad y expectativas, en algo que acabó siendo un fracaso más, en un proyecto que jamás saldrá del galpón, y quedará cubierto de polvillo y telarañas, pidiendo a gritos ser descubierto en un lugar en el que nadie podrá distinguirlo de la basura.

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