miércoles, 21 de agosto de 2013

Gea

Bésame”, dijo la tierra,
algo en ella hablaba con júbilo,
algo nacía desde sus vísceras,
continentes de su exaltación,
bisagras de su acontecer.


La iridiscencia refulgente
en las llamas de su grito,
brillaba benevolente,
sacudiendo mis latidos.


Oye mi llanto y canta”,
dijo con apacible empatía.
Y al oír su dulce voz,
el rumor del río se estremeció,
y todas las aristas en mis arterias
sintieron la vida empaparse en fulgor.


Lodo y florecillas
entrelazados y rozagantes,
crearon, sin condiciones,
sostén sagrado bajo mis pies.
La piel y el barro se fundieron,
la piel y la naturaleza toda,
gracia florida germinada en el cuerpo,
fuga gloriosa de uno mismo
y de su contenido.


Abre mi pecho y guarda un secreto”,
y entonces, regalé mi mejor semilla.
Nos fundimos en un abrazo,
y en ese instante de entrega,
yo me vi reflejada en sus raíces,
y ella se vio prismada en mis ojos.


Desde entonces,
supimos que nos necesitábamos,
y tuve la certeza
de que Gea sería la única
que no me olvidaría.




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