La gente va y viene,
con sus preocupaciones cotidianas,
con sus consternaciones pragmáticas,
con sus alegrías fugaces
y sus urgencias rebasadas.
Camina con prisa,
se saluda mecánicamente,
mira siempre su reloj
mientras intenta tomar
transportes
que no paran.
Aliviana sus penas cigarro en mano,
manda diez veces todo al demonio,
mientas espera inquieta,
en alguna parada de Buenos Aires,
alguna especie de arca apocalíptica
que la lleve lejos de tanta mierda.
Un poco de templanza es menester
entre tanta sangre a punto de hervor.
Las llamas de la inoperancia humana
han creado una bestia difícil de vencer:
quien no le teme, la combate grotescamente.
Algunos desvían la mirada
y la depositan en asuntos triviales.
Otros, pretenden arrancarle los ojos
cuando el problema está en su corazón.
Diluvia en la ciudad,
mas quizás se requiera de elementos
de otra naturaleza
para apagar el fuego.
Las espadas del guerrero
se han tornado vetustas,
y se han oxidado ya los escudos empíricos.
Tropas de conciencia que se han dado a la fuga,
dando por perdidas batallas que aún no han sido iniciadas,
que han sido iniciadas desde el enfoque incorrecto.
Y todo queda en anarquía moral,
en barbarie existencial,
en cacería y animalada.
Estas tierras no han de soportarnos mucho tiempo más, no:
que en cualquier momento han de expulsarnos de un escupitajo.
Y sin embargo esperamos,
esperamos su redención,
esperamos el milagro,
esperamos algo,
cualquier cosa que sea,
con tal de que no sea esto.
Puta que diluvia, y el arca no llega.
domingo, 20 de abril de 2014
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